Nos vamos de vacaciones, como no podía ser menos, con libros en la mochila. No me suele gustar hablar de los libros hasta no haberlos terminado, pero de algún modo, hablar de una lectura en tránsito tiene la frescura del presente. En este verano atípico, en que el virus se ha llevado también por delante la posibilidad de realizar grandes viajes, después de varios meses sin haber podido salir de Madrid, le comentaba a un amigo que lo que me apetecía hacer en verano era coger el coche y “perderme”. Él recordó un recorte de las novedades de la editorial Capitán Swing que acababa de recibir y me mandó la reseña de “Una guía sobre el arte de perderse”, de Rebecca Solnit. Conocía de esta autora el ensayo Los hombres me explican cosas, sobre esa sensación que tenemos a menudo las mujeres, cuando los hombres ponen especial interés en explicarnos de forma “muy didáctica” cosas que ya sabemos. No llegué a leer el libro, pero lo compramos para la biblioteca, y creo que tuvo bastante éxito. 
El de ahora es un oportuno compañero de viaje en esta época de tan escasas certidumbres. Perderse es el arte de vivir en la cuerda floja, consciente de tus pasos y con el optimismo suficiente para saber que siempre se llega, pero también con una serie de destrezas, porque no se trata de no perecer en el intento. Puede que ése sea el destino al que nos ha abocado la Modernidad. En las sociedades tradicionales no era necesario perderse, porque todo estaba pautado desde el nacimiento, aunque siempre ha habido outsiders. Siempre ma ha llamado la atención la figura que El Bosco pintó en las puertas del Carro del Heno, el vagabundo, mendigo o andarín, tan parecido al Loco de la baraja del Tarot. Después de los excesos descritos por el pintor, la figura respira armonía y un cierto alivio por el hecho de estar ajeno o ir de paso.

La individualidad moderna nos arroja a todos al camino con armas que no siempre hemos desarrollado. Seguramente, el único premio sea hallar en la marcha algo de lucidez y confianza en la capacidad de la vida. Se supone que la experiencia y la educación deberían llevarnos por el buen camino si nos escuchamos bien. Pero a la hora de la verdad, es difícil deslindar los intereses de lo racional, o de aquello que pudiéramos identificar como lo justo. La gran lección del confinamiento es que perder la libertad no nos hizo menos felices, incluso en algún momento nos facilitó bastante las cosas. Tal vez la Modernidad nos ha cargado con un fardo demasiado pesado, y de ahí muchas veces venga el desasosiego del hombre moderno. Demasiada responsabilidad para el hombre solo.  
La capacidad de orientarse en el espacio desconocido es una metáfora clara de nuestra indefensión real ante la vida. En la mochila siempre: confianza, atención, saber hacer…. y un buen libro.
Volvemos en septiembre ¡Feliz verano!

Imagen: Archivo:Hieronymus Bosch 070.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libre. es.m.wikipedia.org, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hieronymus_Bosch_070.jpg. Accedido 7 de julio de 2020.

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