Cuando en 1940 Annemarie Schwarzenbach regresó de su viaje a Afganistán, intentó reunir en un volumen los artículos que había ido redactando para publicar en revistas, pero el proyecto fracasó al estimar los editores, que no se trataba de un libro de viajes al uso.
La autora partió en coche desde Suiza en 1939, junto con la escritora y fotógrafa Ella Maillart.
Annemarie acababa de someterse a un proceso de desintoxicación por drogas. Al riesgo del viaje de dos mujeres solas por una terra incognita, se unía la incertidumbre por su inestable estado psicológico. Scwarzenbach buscaba en el viaje la posibilidad de reestructurar su vida. No se trataba de huir, sino de la necesidad de encontrar una meta.
Debido a esta circunstancia, en los breves artículos que constituyen el libro, encontramos una interesante reflexión sobre el significado existencial del viaje.
Más allá de la aventura, el viaje es un reflejo concentrado de la existencia. La estabilidad aparente de la vida cotidiana nos lleva a olvidar que en realidad se trata de un continuo proceso, y que la misma Tierra se encuentra sometida a un permanente movimiento. Lo olvidamos para dar paz a nuestra alma, que necesita tierra firme para descansar tranquila.
El viaje proporciona una cierta simultaneidad entre la cercanía y la distancia, y nos reconcilia con la extrañeza hacia lo que no conocemos. De repente cobran sentido los misteriosos nombres aprendidos en los libros de Geografía, y la sola posibilidad de alcanzarlos con la experiencia es motivo de gozo.
En plena Segunda Guerra mundial, las dos mujeres buscaban un respiro en lugares donde no llegaban las leyes de nuestra civilización. La inevitable influencia de los acontecimientos políticos y la inestabilidad de Annemarie hicieron fracasar la empresa conjunta, y ambas se separaron antes de concluir el viaje. El mismo problema psicológico de Schwarzenbach mostraba la imposibilidad de liberarse de las contradicciones de Occidente.
Es interesante la reflexión sobre las mujeres afganas, criaturas temerosas, forzadas a ver la realidad a través de la escasa transparencia del chador. El encuentro con una mujer europea, casada con un afgano, provoca la perplejidad de la autora, que no entiende que alguien pueda elegir esa vida, a sabiendas de todo lo que ha dejado atrás:
"Puede que en Europa nos hayamos vuelto escépticos ante grandes palabras como libertad, responsabilidad, igualdad de derechos y similares. Pero basta con haber visto de cerca la sorda servidumbre que convierte a criaturas de Dios en seres tristes y temerosos para que uno se libere, como de un mal sueño, del sentimiento de desánimo"( p. 80)
El sinsentido de una guerra cruel, como telón de fondo al otro lado del mundo, otorga a estas palabras un significado especial
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