Milan Kundera, al comienzo de La insoportable levedad del ser, se pregunta si debemos elegir como modelo de nuestra vida el peso o la levedad. Su obra comienza con una explicación de la doctrina del eterno retorno de Nietzsche, expuesta con una claridad que a veces se echa de menos en los libros de Filosofía. En breves palabras: la fugacidad de los actos atenúa sus consecuencias, pero si tuvieran que repetirse de forma infinita, dichas consecuencias les dotarían de un peso insoportable.
El eterno retorno no es más que una hipótesis o un mito, sabemos que los actos puntuales no se repiten, pero en todas las culturas el ser humano ha intentado desde siempre, amarrar su paso fugaz por el mundo al ritmo cíclico de la Naturaleza. Fruto de este esfuerzo son los rituales. Nos dice Byung-Chul Han, que los ritos cambian el estar en el mundo por un estar en casa, hacen habitable el tiempo, del mismo modo que las cosas nos hacen habitable el espacio. Volviendo a Kundera, el hombre no es feliz, porque vive el tiempo como una trayectoria recta, y la felicidad no es otra cosa que el deseo de repetir.
En los rituales, los símbolos sirven para identificar a los miembros de una comunidad. Crean comunidad sin necesidad de comunicación, frente a nuestro mundo moderno, en el que la comunicación que nos inunda, no nos asegura la pertenencia a una comunidad.
Desde la Ilustración hasta aquí, la desaparición de los rituales y su sustitución por el uso individual de la razón, se ha vivido como una emancipación. Después de la lectura de este libro, podemos juzgar si la pérdida ha sido para bien, o si nos hemos ido dejando muchas cosas por el camino.
Comentario de Susana Corullón
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