Cisnes salvajes : Tres hijas de China Por Jung Chang
Las librerías son, como los mercados, las plazas o los parques, lugares donde tomarle el pulso a una ciudad, conocer las costumbres y gustos de sus gentes, y leer entrelíneas algunas de sus carencias o preocupaciones. Me encanta entrar en las librerías de los países que visito y echar un vistazo a las mesas de novedades, sorprenderme con algún libro conocido, y tomar nota de autores o títulos atractivos de los que nunca he oído hablar. En muchos casos y, depende del idioma, me tengo que conformar con acariciar volúmenes bellamente editados o con preciosas ilustraciones de los que soy incapaz de adivinar su contenido. Recuerdo, por ejemplo, las preciosas ediciones de libros en persa que conocí en una librería de Teherán. Sólo una obra, en la que había un retrato en la cubierta, pude reconocerla como un libro de Federico García Lorca, pero me enamoró la librería.
En Hong Kong hay excelentes librerías y el mayor hándicap para un extranjero es, claro está, el desconocimiento del chino en el que, como es natural, están escritos la mayoría de los libros a la venta. Aún así, hay librerías que tienen buenas secciones de libros en inglés, el idioma de los negocios y el turismo y hablado entre una gran parte de los hongkoneses que han vivido un pasado colonial británico.
Yo tenía mucho interés en visitar alguna librería de Hong Kong porque llevaba un tiempo siguiendo una noticia que había pasado algo desapercibida en España y era muy perturbadora, la desaparición entre 2015 y 2016 de varios libreros de la librería Causeway Bay Books, críticos con el régimen comunista chino y que vendían libros prohibidos en China. Algunos, al parecer, han vuelto tras un tiempo detenidos en la China continental, otro se ha instalado en Taiwan huyendo de Hong Kong, y todavía hay alguno que sigue desaparecido.
En la primera de las librerías en la que entramos, nada más mirar por encima el tablero de exposición próximo a la entrada, reconocí algunos de los libros más famosos entre los prohibidos en China. Varios de la escritora Jung Chang, como Cisnes salvajes o la biografía de Mao, Life and Death in Shanghai de Nien Cheng, o algunas obras de Ma Jian. Al lado se encontraban algunos ejemplares de autoras muy difundidas en occidente como Amy Tan y Lisa See, o el también prohibido Dai Sijie, autor de Balzac y la joven costurera china.
Durante las últimas semanas, mientras viajábamos por el sur de China, había dedicado los últimos minutos de cada día a descansar leyendo Cisnes salvajes, tres hijas de China, de Jung Chang que, entonces, no sabía que estaba prohibido (Barcelona, Circe, 1993). Aunque publicado 25 años antes, no lo había leído y me pareció una lectura perfecta para empaparme de la historia del país mientras lo recorría. Se trata de un relato autobiográfico en el que la autora cuenta la historia de tres generaciones de mujeres de su familia, la de su abuela, su madre y la suya propia, en un largo periodo temporal que se prolonga desde principios del siglo XX hasta finales de la década de los setenta. La obra conjuga la historia individual de dichas mujeres y sus familias con la historia colectiva de la compleja historia de China en el siglo XX, desde el final de la época imperial hasta la época de Mao, pasando por la época de la república del Kuomitang, la guerra civil, la invasión japonesa y la segunda guerra mundial, el triunfo de la revolución comunista y las fases sucesivas, la política de la Cien Flores, el Gran Salto Adelanto, la Revolución Cultural, y la apertura económica.
Publicada en 1991, traducida a 37 idiomas y con más de trece millones de ejemplares vendidos, Cisnes Salvajes es el libro sobre China más leído en todo el mundo, con el que varias generaciones de occidentales han conocido parte de la historia interna de China, tan oculta a nuestros ojos durante décadas. El éxito editorial de un obra tan densa se explica por su amena escritura y su entretenida estructura narrativa que hace fácil seguir el hilo de las terribles historias personales que cuenta enmarcadas en las políticas de una China en la que las vidas individuales eran aplastadas frente a la vida comunitaria de un país dirigido con mano de hierro por el omnipresente Partido Comunista.
Desde la vida de la abuela a la que le vendaron los pies de niña, su papel como concubina o el rechazo social por su matrimonio con un viudo manchú, a las historias de la madre, miembro del partido comunista, sospechosa por sus amistades con miembros del partido nacionalista, poniendo por delante de sus hijos su trabajo como comunista, siempre relegada por su marido en aras de la Revolución, perseguida durante la Revolución Cultural y sufriendo en silencio las dudas que le producían las políticas espeluznantes que veía.
El tener en mis manos en aquella librería de Hong Kong un ejemplar en inglés de Cisnes Salvajes (Wild Swans) me llevaba a pensar en la fragilidad de derechos humanos básicos como la libertad de expresión. Unos kilómetros más al norte millones de chinos no podían leer esta obra libremente y podían ser encarcelados por poseer libros que en el resto del mundo libre podíamos leer. A lo largo de la historia los libros han sido objeto de persecución, censura, quema y destrucción, fruto del fanatismo ideológico. Algunos ejemplos no los teníamos muy lejos en nuestra historia española y recuerdo, entre otros muchos, la quema de libros en el patio de la Universidad de Madrid el 30 de abril de 1939. Y, nuevamente, en aquella librería de Hong Kong sentí lo privilegiados que éramos por poder ejercer esos derechos y lo importante que era luchar por conservarlos. Es lo que, de alguna manera, estaban intentando hacer algunos ciudadanos de Hong Kong, como los de la librería que visitaba, y les admiraba por ello.
En Cisnes salvajes se cuenta cómo, también en la China de Mao, los libros se convirtieron en peligrosos enemigos de una política que quería cerrar el paso a cualquier manifestación de pensamiento crítico. Así, abrí el libro y pude releer un acontecimiento ocurrido en 1966 que, relatado por la protagonista, me había impactado:
“Todas las cosas que amaba estaban desapareciendo. Lo que más me entristeció fue el saqueo de la biblioteca: el tejado, construido con tejas doradas; las ventanas delicadamente esculpidas; las sillas pintadas de azul… Las estanterías fueron puestas boca abajo y algunos alumnos se dedicaron a hacer pedazos los libros por puro placer. Más tarde, pegaron sobre los restos de puertas y ventanas tiras de papel en forma de X y escribieron sobre ellas un mensaje con caracteres negros por el que se anunciaba que el edificio había sido sellado.
Los libros constituían uno de los principales objetivos de destrucción de Mao. Dado que ninguno había sido escrito durante los últimos meses (y, por ello, ninguno citaba a Mao en cada página), algunos de los guardias rojos declararon que eran todos ellos “semillas ponzoñosas”. Con la excepción de los clásicos marxistas y de las obras de Stalin, Mao y el fallecido Lu Xun, de cuyo nombre se servía la señora Mao para sus venganzas personales, ardían libros en toda China. El país perdió la mayor parte de su patrimonio escrito. Asímismo, muchos de los que lograron sobrevivir fueron más tarde a parar a las estufas de la gente como combustible” (pág. 295).
A finales de la época de la Revolución Cultural (1966-1976), la rígida intolerancia que ensombreció y destrozó tantas vidas humanas y una gran parte del patrimonio cultural del país fue haciéndose más leve y, poco a poco, se notó una política más permisiva en algunos sectores. La protagonista de la última parte del libro, la propia Jung Chang, nos lo cuenta en Cisnes salvajes con el relato de un hecho que ejemplifica esa tímida apertura y que eleva, nuevamente, al libro y a las bibliotecas como lugares de libertad. Estamos en el año 1973, Jung es estudiante en la universidad y para ella:
“… la información se convirtió en una obsesión. Mi habilidad para leer inglés suponía en este sentido una enorme ventaja dado que la mayor parte de los libros que había perdido la biblioteca en los saqueos a que había sido sometida durante la Revolución Cultural habían sido obras chinas. Su considerable colección de volúmenes en lengua inglesa había sido puesta patas arriba, pero se conservaba en gran parte intacta.
Los bibliotecarios se mostraban encantados de que alguien leyera aquellos libros – y más aún tratándose de estudiantes – por lo que se mostraron considerablemente cooperadores… Leí una breve historia de la literatura europea y norteamericana y me sentí profundamente impresionada por la tradición democrática de Grecia, el humanismo renacentista y el ansía de sabiduría de la Ilustración… No existen palabras que puedan describir el gozo que experimentaba al notar como mi mente se abría y expandía.
Cada vez que me quedaba a solas en la biblioteca me parecía estar en la gloria. A medida que me aproximaba a ella – casi siempre al atardecer – iba disfrutando de antemano del placer de la soledad en compañía de los libros y del aislamiento del mundo exterior. Cuando ascendía por la escalinata del edificio – un conglomerado de estilos clásicos -, el olor de los viejos libros almacenados durante tanto tiempo en estancias desprovistas de aireación producía en mi un estremecimiento de excitación…” (pág. 491).
Ojalá llegue pronto un día en el que Cisnes salvajes y tantos libros como éste, puedan leerse en todo el mundo, libremente y en paz

#sinololeonolocreo #lecturaparagentesinquietas #literatura china Marta Torres Santo Domingo
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