Cercano a la fecha de su muerte, Schubert decide poner música a una colección de poemas de Wilhelm Müller, Winterreise ¿Qué fue lo que cautivó a Schubert de estos poemas, y por qué la colección de leader a que dio lugar nos sigue emocionando dos siglos después? Ian Bostridge trata de responder a ambas preguntas en el libro “Viaje de invierno de Schubert”, Anatomía de una obsesión.
No se trata de un libro sistemático, aunque el análisis sea profundo y erudito. El autor va comentando uno a uno los 24 leader de la colección, con la intención explorar “la compleja y hermosa red de significados –musicales, literarios, textuales y metatextuales– dentro de la cual opera el hechizo de Viaje de invierno”. Los comentarios de Bostridge abarcan no solamente la situación política y social de la época, sino cualquier información sobre botánica o astronomía, que nos pueda ayudar a comprender mejor los poemas de Múller, y el interés de Schubert hacia ellos.
A primera vista, parece la historia trillada de un amor no correspondido, que impulsa al amante a marchar al invierno de la intemperie. Pero como en todos los buenos poemas, enseguida percibimos que hay algo más, que el fondo no se agota en lo que muestran las palabras. Sean cuales fueren los motivos del caminante para emprender la marcha, la idea del viaje ya se muestra atractiva. El protagonista afronta en soledad la precaria existencia del hombre errante. El viajero sabe, que el único reposo que le aguarda se encuentra debajo de las ramas del tilo:
“Y sus ramas susurraron
como si me llamaran:
“¡Ven aquí, compañero,
aquí hallarás tu reposo”
Las mismas palabras resuenan como un eco en el último verso, y nos hacen intuir que el reposo no es otra cosa que la muerte. Pero una vez asumida la naturaleza de la vida, el hombre caminante saca pecho y goza de su finitud, como podemos ver en el precioso poema “Mut” (Valor)
“La nieve golpea mi rostro,
me la sacudo de encima.
Cuando mi corazón habla
en el pecho
canto fuerte y alegremente.
No oigo lo que me dice,
no tengo orejas.
No siento de qué se lamenta,
lamentarse es de necios.
¡A recorrer jovialmente el mundo
enfrentándome al viento y
tormentas!
¡Si no hay ningún dios en esta
tierra,
nosotros somos los dioses!”
Dice mucho de un hombre, el hecho de que decidiera poner música a un poema así, cuando su vida se hallaba ya cercada por la enfermedad. Bostridge se muestra conmovido ante la imagen de Schubert, leyendo en su lecho de muerte las novelas de Fenimoore Cooper. El autor norteamericano había alcanzado un gran éxito en la Europa del primer tercio del Siglo XIX. La visión de América resulta fantástica y tonificante para sus contemporáneos, lejos de las miserias que pesan sobre la historia europea. Entre los personajes de Cooper, destaca en especial Ojo de Alcón, uno de los protagonistas de El último mohicano. Nacido de padres blancos y criado entre los indios, Hawkeye es el prototipo del Pathfinder, el que abre caminos en un paisaje nuevo, capaz de interpretar y de reconocer los indicios y las huellas. Muy diferente del personaje del cuadro de Friedrich, El “chasseur” en el bosque, que Bostridge pone como ejemplo de impotente abandono ante la naturaleza. Los personajes de Friedrich no pertenecen al paisaje, su atuendo no suele ser acorde con la situación, no forman parte del lugar, son viajeros.
Según Zizeck, en una de las interpretaciones recogidas por Bostridge, Winterraise es también la evocación del gran viaje de invierno del ejército napoleónico después de la campaña de Rusia. Las canciones vuelven a sonar llenas de sentido, cuando el ejército alemán debe retirarse tras ser derrotado en Stalingrado: la misma soledad, el mismo frío, el mismo viaje… pero “¿Acaso el arte no sirve para esto, para esconder la terrible verdad?”
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